lunes, 21 de junio de 2010

EL GUIÓN DE LA PELÍCULA

Eu matei o meu cabalo


En un oscuro rincón de piedra de la Rúa de Calderería se encuentran los restos de la trigésimo cuarta página del guión cinematográfico de una película que jamás se terminó. Nadie sabe su título, ni tan solo su autor. La página contiene en sus márgenes borrosas anotaciones en gallego hechas con lápiz, esbozos sobre posibilidades de planificación de los diálogos y las acciones que confeccionan la escena. A continuación se adjunta el contenido de los restos de la página del guión.



ESCENA 16: INT. DIA – BAR DEL HOTEL


Ernesto se encuentra en en el bar del hotel sentado en un sofá rojo. El camarero le trae un whisky con hielo.


ERNESTO

(nervioso) Cárguelo a la 405.



ESCENA 17: INT. NOCHE – HABITACIÓN DEL HOTEL


Ernesto abre la puerta. Agotado, se deja caer en la cama. Mira hacia la ventana. Afuera está anocheciendo. Suena el teléfono.



Aquí termina el texto en la página. Una de las anotaciones al pie dice “Nesta foto vemos unha cidade de tellados vermellos”, lo que nos hace pensar que el director quería un plano general de las azoteas de la ciudad. El idioma usado para la nota presupone que el realizador, a diferencia del guionista, era gallego. El significado de la nota advierte, a su vez, que este hombre viviría en la ciudad de Santiago de Compostela, pues era conocedor de la panorámica compuesta por tejados rojos que se observa desde cualquier ventana suficientemente alta en el casco monumental.


A partir de estas presunciones, y de un modo insultantemente posmoderno, el hombre que encuentra la página en un rincón de piedra de la Rúa de la Calderería inventa la sinopsis de la película olvidada que jamás se terminó:


Después de recibir una llamada, Ernesto vuela a Santiago de Compostela para asistir a la lectura del testamento de su recién fallecido abuelo. Todos los bienes que su abuelo (un hombre hecho a si mismo, que le contaba a Ernesto-niño historias sobre mitología gallega que finalmente acababan por convertirse en recetas culinarias) le dejó cabían en un sobre. El sobre contenía diez objetos mágicos que confeccionan un rompecabezas que Ernesto debe descifrar para evitar una catástrofe que tendrá lugar la noche del 25 de Julio pero luego vemos que el sobre es tan solo un McGuffin, una distracción, un memez, y lo que parece comenzar como un thriller evangélico pronto se convierte en cine negro, justo cuando Ernesto, después de unas cremas de orujo y cruzando la Puerta Santa de la catedral, es testigo de un asesinato. Angustiado, vuelve a su hotel. Toma un whisky en el bar y sube a su habitación a mirar los tejados. Luego recibe la llamada de una misteriosa mujer, una suerte de femme fatale que fuma cigarros mentolados y que más tarde le da las claves para que Ernesto aprenda a moverse en el mundo de corrupción y terror que es el casco viejo, una arquitectura que funciona como metáfora del deseo que absorbe el espíritu humano del protagonista, que acabará, al igual que la trigésimo cuarta página del guión del que forma parte, destripado y devorado por un oscuro rincón de piedra de la Rúa de Calderería.

martes, 20 de abril de 2010

LA ÚLTIMA NOCHE


En la ciudad islandesa de nombre impronunciable la gente se va de fiesta mientras el mundo se acaba. La ceniza está en el cielo, los colegios cierran y la lluvia ácida corroe las viviendas de madera. Pero nadie se asusta. Tranquilamente, los habitantes autóctonos vacían las estanterias de los supermercados, los niños usan mascarillas mientras juegan en la calle y los estudiantes de intercambio fornican en las residencias mientras los diarios informan de una evacuación inminente. Y después de cenar, la gente se baja al centro a bailar las canciones, a pedir cervezas y chupitos y a fumar. La lava llegará en pocos minutos, dicen. Lentamente la isla se hunde bajo el agua por el deshielo provocado por la erupción pero la gente sigue bailando, los cuerpos frontándose unos con otros. El aeropuerto está vacío, no hay coches en las calles, nadie puede irse, pero la música está por todas partes. Marc, un español que vive aqui, recuerda de pronto el olor a humedad de la montaña de Vallvidrera mientras una chica islandesa le susurra al oído que la ceniza, como las personas, son partículas en suspensión.

miércoles, 14 de abril de 2010

HOW TO PLAY COVERS WITHOUT TRAINING

Shit happens. Your friends make parties and sometimes you are forced to bring your guitar and “play songs”. Actually, whatever is called such as “concert”. What's a boy supposed to do? Corgan won't come with a solution but, take it easy! you are in the right blog. The following is a guide to play covers and fake that, although you are the worst guitarist ever, you still play songs.


  1. Choose a shitty band. Eg: Foo Fighters, Oasis, Bryan Adams, Blur.

  2. Choose a song: try to choose something simple: 4 chords & chorus.

  3. Search the lyrics on google.

  4. Try to sing. Probably you won't be able. In this case, change the tune of your voice. Make it lower and lower but not so much (it could became ridiculous).

  5. Train each song 2 times 30 minutes before the party.

  6. Tell jokes in-between to distract the audience/to hide the mistakes.

  7. After the 5th song people is going to be annoyed. Keep the guitar in your car and return to the party as a fake-rockstar.

  8. Don't repeat it again. Thence, the 2nd time they will discover the truth.

martes, 30 de marzo de 2010

LA DUQUESA DE SMIDJUSTIGUR (segunda parte de VAMPIROS)

pero no quiero mundo ni sueño, voz divina, quiero mi libertad, mi amor humano en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera

Federico GARCIA LORCA, Poeta en Nueva York


La relación artística entre Ferderico García Lorca y Salvador Dalí es particularmente interesante. Existe una teoría según la cual cierta iconografía de la obra pictórica de Dalí solo puede descifrarse a partir de anteriores bocetos e ilustraciones de su buen amigo granadino. Muy a su pesar el poeta nunca pudo pintar como Dalí, del mismo modo que este jamás pudo escribir como Lorca. Aunque no parezca importante, esas teorías arrojan luz sobre lo fundamentales que pueden llegar a ser las relaciones humanas a la hora de interpretar una obra.


Sentado en un banco del puente de Brooklyn leía al poeta en mi eReader. La ciudad de Nueva York fue la excusa de Lorca para hablar de si mismo, de su sufrimiento, de sus ansias de libertad y cosas que a mi me interesaban más bien poco. Yo tan solo quería encontrarla. Como Lorca, no había venido a Nueva York a describir la ciudad, y mi objetivo también podía resultar más o menos poético. A ella la conocí hace dos años en Nueva York. Más tarde, tratando de repensar ese encuentro, escribí un relato breve. En aquel entonces quería olvidarla, convertirla en un personaje de ficción. Intenté crear una nueva categoría de vampiro literario basado en la noche, el vicio y la succión de emociones, pero al final quedó en un cuento de vampiros a secas. El resultado dejaba bastante que desear. Lo titulé La Duquesa de Smiðjustígur. Sucedía en la capital de Islandia. Cuando lo terminé se lo enseñé a mi amigo de la compañía telefónica, que me preguntó si el relato estaba basado en una vivencia real. Le respondí dos cosas: Primero, que los vampiros no existen. Dos, que la historia, al igual que el lugar, el encuentro y la chica misma, no eran más que proyecciones de una parte de mi interior, que el relato hablaba más de mi que de ella y que, en el fondo, el personaje de la chica era una composición de varias mujeres, varias experiencias y varios demonios. Hoy se que mentí sobre las dos cosas.


Me topé con el archivo en mi eReader.


La duquesa de Smiðjustígur


A partir de las 10 de la noche, las posiciones en el pub de la calle Smiðjustígur coreografían lo que serán las siguientes ocho horas de juego, seducción y canibalismo. La luz de la luna entra por unas cristaleras, la gente se deja ver los colmillos, y todo el mundo comienza a beber. Ella me dijo que se llamaba Talismán. Yo sabía que no era su verdadero nombre, pero posiblemente fuera el único que ella misma se había adjudicado, por lo menos esa noche. Sería inútil que la describiera ya que con mucha probabilidad ella había elegido sus atributos (zapatos, perfume, tono del cabello y de los ojos, voz...) para que combinaran con el color de la sala y la disposición de la luna. La invité a una copa de vino. La segunda la compartimos. Fingíamos inocencia y timidez, una conversación con rumbo a ninguna parte que ambos sabíamos como iba a acabar. Los dos queríamos mordernos. Me preguntó mi edad. Le dije 24. La acompañé al baño. Dentro me mordió la oreja. Yo llevaba tres días sin comer, así que no pude alimentarla. Creo que mi falso entusiasmo la confundió, denoté en mi ser demasiada humanidad. Eso la ofendió. Quiso salir del baño pero ya era tarde. Le había rajado el cuello con los incisivos. Empezó a reír. Se acercó de nuevo a mi oreja y recitó un pasaje en francés del libreto de Les Troyens de Berlioz. Luego se esfumó por debajo de la puerta. Volví a la sala pero ella ya no estaba. Aunque era pronto y no empezaba a amanecer decidí irme a casa. Ahí me puse el pijama, me arropé con una manta y releí un libro de David Markson en el que el narrador hablaba sobre Berlioz. Al rato advertí que la página 15 tenía una mancha de sangre. Mis dedos aún tenían su rastro. La mancha, que aún a día de hoy existe (porque un libro no puede lavarse), tenía la misma forma de media luna que el contorno que ella, la chica del pub de la calle Smiðjustígur, había dispuesto en sus ojos la noche en que había decidido devolverme la condición humana.


Sin apenas darme cuenta, había estado durante catorce horas sentado en un banco del puente de Brooklyn. Estaba helado. Decidí volver al hotel. André Breton dijo que para que un encuentro tenga lugar solo hacen falta dos personas y una calle. Dejando atrás el puente y llegando al City Hall Park descubrí algo tan sencillo, estúpido y tópico como que si quería encontrarla debía dejar de buscar.


En Nueva York hay dos tipos de personas. Los que, detenidos, intentan mirar fijamente perdiéndose en un caos semiótico y los que caminan mirando al suelo.

Fin de la segunda parte

miércoles, 24 de marzo de 2010

VAMPIROS

New York was an inexhaustible space, a labyrinth of endless steps, and no matter how far he walked, no matter how well he came to know its neighborhoods and streets, it always left him with the feeling of being lost. Lost, not only in the city, but within himself as well.

Apagué mi eReader cuando la azafata me indicó que íbamos a tomar tierra. Claramente Paul Auster utiliza la cuadrícula de Manhattan como metáfora del espacio interior de un escritor atormentado por su pasado. Ya había leído anteriormente Ciudad de cristal, y ya había tomado tierra otras veces en Nueva York. Por una parte, ese espíritu nihilista y desesperanzador que rodea a los narradores de Auster me aborrecía, me resultaba, como decirlo, de otra época. Sabía que se trataba de una obra de los 80, y eso estaba muy de moda entonces, pero aún día de hoy esa actitud seguía vigente en sus novelas. Por otra parte, Manhattan no me parecía un lugar ideal para perderse, ni en la calle ni en uno mismo. Hay que disponer, eso si, de un mapa. Oí una vez que Nueva York tiene un alto índice de suicidios de gente extranjera. Compran un billete y van a morir a la Gran Manzana. Muy Auster. Pero ese no era mi caso. No podría serlo de ninguna manera.

Al igual que su protagonista, mi historia comenzó con un número equivocado. Aunque la llamada la hice yo, y nadie contestó. Ni tan solo sonó el tono. Gracias a un amigo que trabaja en la compañía telefónica supe que el número de teléfono ya no correspondía a ningún cliente, que ella lo había dado de baja y que había contratado una nueva tarifa con un operador local de la ciudad de Nueva York. Esa misma noche compré un billete.

Llegué a la ciudad el 8 de Marzo de 2010 con el propósito de evitar lo inevitable, en busca de un atisbo de vida en una ciudad en la que la mayoría de sus huéspedes, los que la manejan me refiero, ya estaban muertos. Nueva York es un bonito lugar para ir a morir, pero algo peligrosa si no se desea. Si por el contrario estas muerto, no lograrás salir jamás de ahí. Subí a un taxi en el JFK. Tomamos la autopista de Long Island y entramos en el Queens Midtown Tunnel en dirección a Manhattan. El taxista era un hombre de origen venezolano que me hablaba en español y me llamaba “amigo”. Pensé en matarle. Luego recordé que los túneles en Nueva York tienen centenares de cámaras de video-vigilancia y policías en las salidas de emergencia, y no quería matar a ningún policía. No era una buena idea. Manhanttan olía a azufre. Esta vez me alojé en el Hilton, que a diferencia de otros lugares en los que había estado en mis visitas anteriores no tenía ratones en la habitación. Dejé las maletas, compré un kebab en la 52th con la Séptima, y empecé mi búsqueda.

La había conocido en el Soho, una tarde de lluvia que estropeó unos zapatos que aún huelen a sudor y humedad. Me dirigí al Smalls, un garito de jazz de la 10th 183W en el que hacen pagar a los turistas. Tocaba un cuarteto de Brooklyn formado por un batería, un saxo, un piano y un contrabajo. Se habían conocido esa misma noche pero se llevaban muy bien. Ella no estaba ahí, y si estaba, no la reconocí. Solía cambiar de forma de una manera demoníaca. A veces era tímida y ni se quitaba el abrigo, otras lucía un vestido rojo y podía seducir a cualquier persona de la sala. Eso siempre me aterrorizó: el modo en el que podía controlar su presencia magnética, una Femme Fatale posmoderna, ausente pero maquiavélica. Allí dónde estuviera siempre era la mujer más bella del local, y eso me incomodaba. Tomé un café en un Starbuck's de Union Square y noté por sus rostros que ella había estado allí. Me estaba acercando. Empezaba a amanecer así que me fui al hotel.

La noche siguiente compré una entrada para un concierto en el Fillmore de Irving Plaza. Sabía que frecuentaba ese lugar, y esa noche actuaba un grupo que ambos conocíamos, no digo que a ella le gustara, pero había el tipo de público cuyas almas le gustaba sorber. Subí al segundo piso para tener una vista general pero la gente parecía disfrutar del evento, lo cual significaba que ella no estaba ahí. Decidí coger el metro hasta Brooklyn y tomar un paseo por el puente. Podía olerla. En los bancos, en la piedra, en los cables, en la madera, en su estilo gótico, en sus 1834 metros de longitud. Alguien había escrito su nombre en un candado y lo había clavado junto a un poste. Una vez de nuevo en Manhattan me di cuenta de que tanto ella como el tormento de mi vida pasada habían construido esa ciudad de las luces que estaba dentro de mi. Ya estaba muerto y jamás saldría de Nueva York. Solo me quedaba una cosa por hacer. Encender de nuevo de eReader. Tal vez allí conseguiría encontrarla.

Final de la primera parte

martes, 23 de febrero de 2010

TU ISLA INTERIOR

La première image dont il m'a parlé,

c'est celle de trois enfants sur une route,

en Islande,

en 1965


En ocasiones la vida te concede irónicos ready-mades, pesadillas del deseo que, de un modo espiral, te absorben como un Maelstrom del que ni la razón del marinero ni el brebaje del autor te permiten escapar. En la literatura, esos fantasmas adoptan muchas veces la forma del miedo y la curiosidad: una visita a la casa del monstruo, un contrato en el salón junto al fuego. En Islandia esos demonios adoptan la forma del juego. Conoces a una chica en un pub. No hablas con ella. Dejas que ella juegue contigo, que te bese, que huya, que te olvide, que vuelva. La sigues por las calles de la ciudad y comprendes que ella es tu demonio y tu eres su juego. Desaparece. Te despiertas sin recordar si la noche anterior vendiste tu alma. Corres en la cinta del gimnasio y comprendes que eres la viva imagen de los caminos de bosque, senderos que no te llevan a ninguna parte, que sólo sirven para pensar. Tu ready-made. Frente a ti una cristalera con vistas. Curiosamente enfocada hacia el Sur. Y una idea. Que ese juego demoníaco se encuentra en todas partes. Detonante_ Un supuesto fin de semana esquiando en el Norte/ Primer punto de giro_ Pistas cerradas y viento huracanado/ Segundo punto de giro_ Carretera helada, posibilidad de accidente y parada en pueblo fantasma/ Clímax final_ Motor jodido. Ataque de zombis vikingos/ Desenlace_ Vuelta a casa/ Reseña_ A veces la vida adopta la forma del terror narrativo. En tu viaje de vuelta en coche viste un fantasma entre el viento y la nieve. Luego comprendiste que no se encontraba afuera. Era tu reflejo en el parabrisas. Olvidaste enfocar tu retina. El camino era hacia el Sur. Tus demonios en el pub en la cinta en la nieve.., luego descubres que ellos son transculturales. Ya lo sabías: que se encuentran en todas partes, que esto no es porque te fuiste. Que no son demonios vikingos. Son tus demonios. Aqui y allí. Un paisaje que te recuerda a Rothko, un sol tímido, una fiesta en casa de un conocido a la que llegas y te quitan el reloj. Jamás terminará. Chris Marker encontró en Islandia la imagen de la felicidad. Jamás supo explicarla. Tu en cambio vas para descubrir que esos demonios se encontraban dentro de ti.

sábado, 30 de enero de 2010

EL MEU AVI

A mig camí entre el documental experimental i el video amateur, la pel·lícula Constrasts, que Klaas de Vries i jo vam gravar a Reykiavik i a les Westman Islands el Novembre del 2009 dibuixa la relació entre la societat islandesa, la cultura de masses i les possibilitats de la imatge documental. Amb una narrativa purament intuitiva, aquest migmetratge s'erigeix com una obra en marxa de la qual han sorgit una infinitat de versions finals. Constrasts va ser, possiblement, la última pel·lícula que va veure el meu avi abans de morir.

El meu avi Miquel era un vodeoaficionat. Va començar la seva carrera com a cineasta amateur amb Extraña Transformación. La pel·lícula, gravada a Castelldefels en format de 8mm, és un curtmetratge de gènere, una versió lliure del mite de Jeckyll i Hyde, una història d'alquímia, amor i violència. Extraña transformación finalitza amb un pla general d'un ball seguit d'una porta de jardí que es tanca, la meva imatge preferida del curt. El meu avi sempre va preferir els plans generals als plans curts i així m'ho va fer saber després de veure la meva pel·lícula, en la qual prevalen els primers plans, els seguiments i els plans de detall. La seva pel·lícula acaba amb una porta que es tanca, la meva pel·lícula acaba amb un pla general d'un capvespre a Reykiavik en el que un avió s'enlaira. M'agrada pensar que és la imatge preferida del meu avi, el seu pla general, així com la meva és la imatge de la porta. L'avió és una invitació a conèixer una societat hermètica a la que ni jo mateix he accedit, i Contrasts es el testimoni d'allò que no he sabut representar; la seva és la imatge d'un tancament, la meva, la d'una obertura. Dues imatges oposades, com segurament ho erem jo i el meu avi en molts aspectes. Però ens unia el cinema, la imatge viva d'una memòria que és eterna.

Contrasts està dedicada a la memòria del meu avi


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