martes, 20 de abril de 2010

LA ÚLTIMA NOCHE


En la ciudad islandesa de nombre impronunciable la gente se va de fiesta mientras el mundo se acaba. La ceniza está en el cielo, los colegios cierran y la lluvia ácida corroe las viviendas de madera. Pero nadie se asusta. Tranquilamente, los habitantes autóctonos vacían las estanterias de los supermercados, los niños usan mascarillas mientras juegan en la calle y los estudiantes de intercambio fornican en las residencias mientras los diarios informan de una evacuación inminente. Y después de cenar, la gente se baja al centro a bailar las canciones, a pedir cervezas y chupitos y a fumar. La lava llegará en pocos minutos, dicen. Lentamente la isla se hunde bajo el agua por el deshielo provocado por la erupción pero la gente sigue bailando, los cuerpos frontándose unos con otros. El aeropuerto está vacío, no hay coches en las calles, nadie puede irse, pero la música está por todas partes. Marc, un español que vive aqui, recuerda de pronto el olor a humedad de la montaña de Vallvidrera mientras una chica islandesa le susurra al oído que la ceniza, como las personas, son partículas en suspensión.

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